Sobre la novela «La casa del cementerio» de León Leiva Gallardo

Por Óscar Estrada

Este año tuve el honor de trabajar en la segunda edición de la novela «La casa del cementerio», del escritor amapalino León Leiva Gallardo.

La casa del cementerio del cementerio transcurre en la isla de Amapala, en los años 80, durante los ejercicios militares del ejército norteamericano en la zona, en una guerra encubierta contra Nicaragua y la guerrilla salvadoreña. El clima es opresivo, noches lluviosas, una isla abandonada a su su suerte, personajes que esperan en un ambiente de desesperanza. César López Cuadras Profesor de la Universidad de Guadalajara, autor de La novela inconclusa de Bernardino Casablanca (1993), Cástulo Bojórquez (2001), y Cuatro muertos por capítulo (2013) escribe en la revista Contratiempo de Chicago, a propósito de la novela de León Leiva:

«Situada en el centro de una guerra fratricida, en la que se enfrentaban los ejércitos populares de la guerrilla salvadoreña, por un lado, y, del otro, las fuerzas armadas de las burguesías criolla de El Salvador, auspiciadas por Estados Unidos, y que ensangrentó gran parte de Centroamérica durante los años ochenta, la novela La casa del cementerio, de León Leiva Gallardo, toca un tema capital de la conciencia social latinoamericana: el individuo ante la guerra.

El Golfo de Fonseca, cuya soberanía comparten tres países centroamericanos (Honduras, El Salvador y Nicaragua) es el epicentro de dicho conflicto. Se trata, entonces, de un espacio de condensación social en el que, tradicionalmente, estos tres países han vivido encuentros y desencuentros históricos, complicados, en esos tiempos, por la confrontación, en un plano mayor, entre la revolución nicaragüense y EEUU, sin olvidar que en Guatemala, por la misma época (y estos hechos tienen su presencia en la novela que comentamos), también se vive una situación de conflicto militar entre fuerzas tradicionalmente enfrentadas: el Estado y el pueblo.

La novela de Leiva Gallardo, empero, no trata de las vicisitudes de la guerra, aunque, al menos en parte, aparezcan a lo largo del texto. El tema de la novela a que hacía mención al inicio refiere, como se señaló, un asunto de competencia individual, y no de los fenómenos sociales en general. Estos aparecen, más bien, como marco de fondo, el espacio circunstancial en que los individuos despliegan su existencia cotidiana. Aun así, debe considerarse que, durante el surgimiento y desarrollo de un conflicto armado, y más tratándose de una guerra civil, los individuos van posicionándose (consciente o de manera inconsciente, voluntaria o involuntariamente, de manera velada o abierta) en torno a la materia en conflicto y también respecto a sus actores más visibles. La neutralidad, en tal caso, es imposible. Los individuos, ante esta situación, más que “posicionarse”, son arrastrados hacia una definición abierta. Y, en consecuencia, la idea de la guerra como marco de fondo de la existencia individual no es suficiente: el individuo y la guerra son lo mismo.

Del otro lado está el amor

El amor y sus geometrías poliédricas: Ismael ama a Hilda, pero Hilda ama a Alfredo, aunque el otro no le es ajeno. Una circunstancia no prevista va a trastocar el fallido triángulo: Alfredo muere de manera violenta y su muerte es un misterio. Ismael se ve implicado en tanto sospechoso de asesinato; huye con la ayuda de Diana.

Los años de la ausencia van a traer otro amor a la vida de Ismael, el personaje principal. Diana, por las formas melosas del amor que practica y la incondicional entrega a su amante, se nos presenta como la angelical antípoda de Hilda, que es de carácter recio y conflictivo y de sensualidad displicente.

Sobre esta base se erige el desarrollo argumental de la novela.

Estos vaivenes amorosos mezclados con las peripecias de la huida y la vida clandestina, permiten al autor entretejer una historia de sumo interés en, al menos, dos planos: por una parte, asistimos a un clandestinaje que por momentos se entrevera con los avatares de una guerra que no asume sus formas clásicas: la de dos ejércitos mutuamente identificados con frentes de combates bien definidos, no, sino una mezcla bizarra de ejércitos de línea con fuerzas irregulares al margen de toda ley, por definición; de otra, la expansión de la sensualidad (y de la sexualidad, por supuesto) de unos personajes que no se han marcado ningún límite en la materia, y que el autor sabe explotar con una particular habilidad de estilo.

Cabe destacar también otro elemento narrativo de importancia dentro del texto, cuando éste tiende ya hacia su resolución, en el que el personaje principal, al retorno a Amapala, pintoresco pueblo provinciano del sur de Honduras, espacio en el que transcurre la mayor parte de la novela, el personaje principal, emprende, en lugar de la huida original, una nueva etapa de su peregrinaje clandestino, al enfrentar la tarea de descubrir, si es que puede hacerlo, las circunstancias específicas de la muerte de su infortunado rival en amores, mediante la exhumación forense (también llevada a cabo a espaldas de la ley y protegido por la oscuridad de la noche) cuyos resultados, quizá, le permita, si bien no la redención absoluta ante sí mismo y la sociedad, sí al menos descargarlo de la culpa quese le achaca.

La novela está narrada por una voz en primera persona, la voz de la confesión íntima, la voz que descubre el andamiaje interior de un alma atribulada por los fracasos amorosos, por el ostracismo en que se ve obligado a vivir el personaje principal y por el secreto atroz que le corroe la entraña: la conciencia de la culpa, la autoexigencia de la expiación y la posibilidad remota, quizá inexistente, de la redención.

Sí, estamos ante una novela de confesión; si no del autor, directamente, al menos de su personaje principal que, estoy seguro, su creador siente como en carne propia: por razones meramente telúricas, bien puede ser; o por la cercanía con que éste vivió la guerra, otra posibilidad; o porque el amor y la sensualidad nos permean a todos; o porque todos estamos metidos en esta condición, la humana, víctima única de las pasiones.

Dice Larios que el escritor escribe con el cuerpo. Imagino que desea significar que no bastan la inteligencia y la imaginación para el logro de un resultado estimable en el ámbito de la creación literaria, sino que el cuerpo entero se vea sacudido al desplegarse estas pasiones en el texto. De lo contrario, el autor sólo logrará mera calistenia del lenguaje, mero dar fe de hechos ordinarios de la vida diaria, de los que plagan las páginas de los periódicos.

Con un ritmo que por momentos alcanza el vértigo, y dueño de un estilo logrado y manejado con suficiencia, creo que León vibró en todo su ser al escribir esta novela, y creo también que su texto logrará transmitir esta vibración a sus lectores.

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