Por Roció Tábora
Diario La Tribuna
Entrar en estado de escritura es entrar en un estado alternativo y de no violencia. Esto lo dice la escritora argentina Rita Segato, a quien recién he leído. Es real, es otro estado o dimensión el que se habita cuando uno se dispone a escribir y revisar lo escrito. Ya se me había olvidado cómo era estar en “estado de escritura”, al que yo le agrego, es como estar en estado de gracia, casi como cuando uno se enamora. Aunque cuando se acaba el amor, uno entra como en estado de desgracia o liberación, según sea el caso. De desprendimiento de lo escrito o vivido.
Quiero agradecer al escritor Óscar Estrada por invitarme a regresar a ese estado de escritura, por empujarme a terminar Bioluminosa y empezar otro Leviatán herido: el primer libro que lleva ese nombre es sobre mi experiencia en el período que acompañé al expresidente hondureño Ricardo Maduro y don Luis Cosenza en el período 2002-2006. Gracias, Óscar, por su papel de editor al ayudarme a volver a ese estado alternativo y, sobre todo, porque iniciamos una ruta creativa, retadora y divertida amistad. Ya encontrar amigos nuevos a esta etapa de mi vida es una gran bendición. También quiero agradecer el reencontrarme con un viejo amigo, el escritor y músico Javier Suazo, porque me entusiasma e ilusiona con un montón de ideas creativas cada vez que conversamos. Ambos de la Editorial Casasola.
Inicialmente íbamos a presentar Bioluminosa en la fecha que el calendario oficial marca como fecha de ingreso al ejercicio de la ciudadanía política de las mujeres hondureñas. El 25 de enero se celebra el reconocimiento al derecho al voto, conquista política lograda en 1955, durante la presidencia del nacionalista Julio Lozano Díaz, día que nos recuerda a las sufragistas hondureñas. Para mí, esa fecha tiene mucho significado, pues algunos de mis libros son el testimonio de una viajera sobreviviente, como alguien que transitó las entrañas de la burocracia política. Camino que inicié animada por la ola de búsqueda de derechos de la mujer en el marco de una agenda global en los años 1990 y 2000. La conquista del espacio público y la transformación del mundo privado que nunca transformamos fueron discurso y práctica que promovimos, y cuyas consecuencias de vida sufrimos literalmente en alma y cuerpo.
Siguiendo el hilo de esta escritora argentina que les mencioné, Rita Segato, ella también dice que hay dos tipos de proyectos: el proyecto histórico de las cosas y el proyecto histórico de los vínculos. Un mundo vincular y comunitario pone límites a la cosificación de la vida.
También nos recuerda que la historia de la burocracia no es la historia de las mujeres. Y en ese sentido, Bioluminosa y otros libros como Leviatán herido. Reflexiones sobre el Poder, el Estado y la ciudadanía, eran libros inevitables para mí; era mi manera de registrar, mi manera de pensar y sobrevivir en un ambiente no mío.
Si bien la historia del Estado no es la historia de las mujeres, como dice la autora en mención, pero nosotras sí tenemos una historia dentro de la historia del Estado y precisa contarla. Las historias de las que atravesamos esos pasillos tensionados por pasiones tecnocráticas, el sobreesfuerzo por que las cosas se hagan bien y con resultados para la gente, pasillos endurecidos por las luchas del poder, por los que andan en otra agenda, no la del bien público, espacio público estrujante y doloroso, que como máquina nos va triturando, escupiendo y dejando solas a nosotras, las víctimas favoritas, a las que hay que culpabilizar de lo malo e indecible de otros, nosotras, tema objeto de cajas chinas y chivos expiatorios, amenazadas a muerte, insultadas, trabajando en medio de redes que no siempre entendimos. Estábamos “viviendo un derecho político”. En esa narrativa de la lucha por la inclusión y los derechos, viviendo nuestra política, no vimos todo el contexto ni dimensionamos el impacto en nuestras vidas y la de nuestras familias. Logros invisibles y lecciones aprendidas, la mayoría por sistematizar.
Y si es en relatos de ficción o autobiográficos que lo vamos a contar, hagámoslo, se vale también registrar nuestros fragmentos de historia, pues así salimos de un sistema político de partidos convertidas en fragmentos y atontadas, buscando recomponer nuestras vidas; enfermas y discriminadas después de pasar por la vida pública, que de tan desigual forma nos trata y nos deja con heridas abiertas y cicatrices en sanación. Pero que luego, poco a poco nos volvemos a reconstruir y reinventar desde las heridas y los golpes del camino, resurgiendo como personas que aún no tenemos el nuevo nombre completo definido. Recuperamos luz y la voz propia. Escribamos por y para las nuevas y los nuevos actores, que su práctica política sea distinta, aprendamos de lo vivido.
En este sentido, Segato emplea con humor la parábola del “espejo de la reina mala” del cuento, utilizando el espejo como instrumento para reflexionar sobre sí misma y preguntarse: “¿Qué he hecho mal? ¿Cómo me veo? ¿Quién soy?”. A partir de ahí, desentraña una serie de interrogantes fundamentales para comprender por qué pensamos y actuamos de una determinada manera. El espejo de la reina mala plantea: ¿qué es lo que intensifica la violencia contra las mujeres a medida que avanza el Estado, con nosotras dentro, bajo techos o sobre pisos de cristal? Nuestros pasos no sintieron los crujidos al andar, no vimos el abismo ni los acantilados. La crueldad avanza y el morbo también, siendo utilizadas como caja china, fina o burda distracción a conveniencia del político de turno. Sin embargo, el espejo también puede reflejar que aún tenemos oportunidades para forjar un nuevo camino, con un libro y un lápiz en la mano.
Quizás lo escrito en este texto resume más mi experiencia reciente y final. No menciono el trato respetuoso de caballeros, la escucha y el encuentro con personajes fascinantes hallados en el camino de los sueños y utopías democráticas. Al final, somos todo lo vivido, todo lo soñado, y políticamente construido y aspirado. Todo es cuestión de perspectiva y acción, y el papel siempre estará dispuesto a recibir nuestras ideas y transformaciones.
Tegucigalpa, febrero 2023


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