Por Alberto Sánchez Argüello
Middle Atlantic Review of Latin American Studies, 2022 Vol. 6, No. 2, 116-118

Amelia Mondragón. El fabuloso mundo de Francisco Ruiz Udiel. Casasola Editores, 2021.
La mayoría de mis alumnos odian la poesía. En realidad, debería revisar esa frase: la mayoría de mis alumnos odian que los obliguen a leer poesía que no entienden. No faltará alguien que diga que es por pereza, por no querer pensar, pero he llegado a la conclusión de que nos falta formación en lectura poética. Nos falta acompañarlos entre las líneas de los textos, enseñarles que al poema se le puede sentar en un cuartito, ofrecerle agua y, antes de que pueda llamar a su abogado, interrogarlo. También podríamos simplemente conversar con el texto, con afecto, pidiendo que revele sus secretos, como lo hace Amelia Mondragón con la obra de Francisco Ruiz Udiel, como quien pasea entre los jardines de los magos de la palabra.
A mí también me obligaron a leer poemas en la escuela y aunque Darío no me resultó incomprensible, sí me parecieron empalagosos los poemas que nos hacían leer y repetir en los actos darianos, al punto de preferir su narrativa. Desde entonces, he visitado poco el país de la lírica. Por eso, entré con cierto temor a las páginas de El fabuloso mundo de Francisco Ruiz Udiel de Amelia Mondragón, a la espera de que me atacaran esas bestias exóticas que a veces caminan cubiertas de estrambóticas referencias o bien se hunden en las profundidades ignotas de la vida privada —ojalá permaneciera así— del poeta. Pero Mondragón, convertida en un Virgilio más sosegado, transformó lo que bien podrían ser los círculos de un infierno personal en un verdadero jardín de las delicias, en el que la poesía de Ruiz Udiel se volvió cristalina, tanto como el agua de sus memorias.
Mi temor —claramente producto de mi ignorancia— fue rápidamente contrarrestado con un encuentro temprano con el aprendiz de mago de Fantasía de Disney de 1940 y el mago más famoso que haya salido de Hogwarts. Un inicio tan alejado de la academia y una prosa sencilla —casi didáctica— permitió recorrer aquel fabuloso mundo con los ojos de un niño que está dispuesto a que le muestren de que está hecha la materia de la poesía. Esa esencia que se nos escapa entre oscuras metáforas y que Mondragón devela para nosotros con una conversación honesta y fluida, tan íntima, que por momentos se sentía como una plática de café, sin tiempo, sin sombrerero y sin Alicia.
Lo único que me hacía detenerme y darme cuenta de que estaba leyendo un libro de análisis poético era la omnipresencia de Francisco, ese autor nicaragüense con el que me topé algunas veces y con el que sin embargo no crucé más de tres o cinco palabras durante su vida. De mi generación, amigo o conocido de casi todo su círculo, no le conocí realmente. Más allá de leer sus misivas digitales, verdadero boletín cultural de la Managua de inicios del siglo veintiuno, Francisco era ese poeta, pleca gestor cultural, que todos conocían y respetaban, hasta el día en que dejó un vacío que parece que ni la memoria ni la lectura terminan —ni terminarán— de llenar. Y, sin embargo, la vida me sigue empujando a escribir sobre él, a través de los libros que ha inspirado. Primero fue Roberto Carlos Pérez el que me condujo a través de la biografía ficcionada de Un mundo maravilloso y ahora es Mondragón la que me llevó de la mano a través de la magia de sus palabras. Cómo me hubiese gustado haber conocido a la persona en vez de su reflejo textual, tal vez en un universo paralelo conocí la vida y obra de Francisco de su propia voz, tal vez en otro universo nuestros roles se invirtieron y en este momento él escribe una reseña sobre aquel narrador que nunca conoció, tal vez…
El fabuloso mundo de Francisco es también, bajo la guía impecable de Mondragón, un multiverso en que las identidades y sentidos de Ruiz Udiel se van develando poco a poco: el Francisco autobiográfico, el Francisco estético y el Francisco mago que, según Mondragón, logró conjurar la unión y disolución entre el mundo interior y el exterior, una verdadera síntesis generacional.
Ya, seguro en mi viaje dentro de El fabuloso mundo, dejándome llevar por la pluma de Francisco, disfruté su poesía engañosamente sencilla —olvidando el fuego inclemente que forjó la mano que la escribió— y pude escuchar la voz firme de Mondragón, como quien te muestra la forma en los magos consiguen sus trucos, revelando la parafernalia reservada solamente para los iniciados. Revelaciones que me permitieron reconciliarme con el adolescente que fui, ese que prefirió a Vallejo por encima de Darío o a Nietzsche por encima de Platón.
Descubrir la magia de las palabras de Francisco de la mano de Amelia Mondragón fue también reconciliarme con la poesía. Entrar al fabuloso mundo de Francisco con una guía tan sencilla en su expresión como profunda en su análisis, me permitió acceder a los laberintos de la voz poética, sus ecos y connotaciones, de una manera amena y agradable, a la vez que dialogaba con la obra de Ruiz Udiel. Ahora puedo entender aún más a mis alumnos cuando se encuentran con una poesía que no les habla, sino que sostiene un monólogo ininteligible y que, además, toca descifrar sin saber siquiera cuáles son las preguntas que podrían hacerle al texto para generar si no un diálogo, al menos una suerte de entrevista.
Amelia Mondragón posibilita un acercamiento a la poesía y al poeta; posibilita una mirada a lo que está detrás de los trucos del lenguaje, sin que se pierda la magia, sino que, al contrario, apreciemos aún más el trabajo de depuración elegante y el sentido profundo que Ruiz Udiel sembró en sus textos.
Quedo agradecido con Mondragón por el maravilloso viaje de análisis honesto y acertado que brinda de manera tan generosa en El fabuloso mundo de Francisco Ruiz Udiel, en una cuidada edición de la editorial Casasola, que desde la portada nos recibe con el hermoso retrato del poeta de la mano de Cristian Gavarrete. Quedo agradecido también con la vida, que me sigue reuniendo con Francisco, con quien que no tuve el placer de sostener una conversación en el plano físico, pero con él que sigo sosteniendo intensos diálogos literarios.
Alberto Sánchez Argüello (Managua, 1976). Psicólogo, Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana, minificcionista, escritor de literatura infantil y juvenil. Fundador del colectivo microliterario nicaragüense y del sello literario digital Parafernalia. Ganador del primer concurso de cuento versión juvenil de la Fundación Libros para niños (2003) y del lII Concurso Centroamericano de Literatura Infantil (2016). En minificción ha publicado Miniaturas voraces con El Taller Blanco Ediciones (Bogotá, 2019); Mitología mínima con La Tinta del silencio (CDMX, 2020); Naufragio de botellas y Los Jiménez con Quarks ediciones digitales (Lima, 2020); Diario del caos con Ediciones Sherezade (Santiago de Chile, 2021); Costuras silentes con editorial BGR (Alicante, 2022); Todos los que fui con Eos Villa Editores (San Nicolás, Argentina, 2022) y La vida en diminutivo con Anamá Ediciones (Managua, 2022). Estuvo a cargo de la antología Aquí hay dragones: antología de minificción centroamericana con La Pereza Ediciones (Gainesville, 2020). También publicó la novela El monstruo de mi madre con Anamá Ediciones (Managua, 2020).
Sus libros han sido publicados en Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Chile, México, Estados Unidos, España y Corea del sur. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, alemán y vietnamita.


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